Recuerdo bebés que no medían mucho más de un palmo y ahora los veo ponerse de pie, jugar y hasta andar…
Veo algunos que vinieron enfermos, desnutridos, y ahora corren, juegan, hablan, y uno nunca diría que han estado así.
La verdad es que me emociona y me siento muy orgullosa de formar parte de esta familia, de estas grandes personas que con su trabajo, su cariño, su empeño, su dedicación y preocupación, hacen crecer vidas con calidad, con valores y con sentido.
Muchas gracias a cada uno de los que están o han estado en Casa Emanuel: misioneros/as, trabajadores/as, cuidadoras, voluntarios/as… y me vais a permitir un especial GRACIAS a Mami Isabel y Eugenia, por seguir al pie del cañón después de tanto tiempo.
Como me dijo una gran amiga, que por cierto conocí en Casa Emanuel, “quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
Hasta pronto
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