Hemos conocido diversos paisajes, tabancas, restaurantes… pero lo q quiero contar es la experiencia de comer como lo hacen los habitantes de este país. El restaurante se encontraba ubicado en la “acera de la calle”, el aforo era una mesa que parecía estar reservada para nosotros, los cubiertos estaban desaparecidos… y de menú había cabra: asada envuelta en un papel que el cocinero reciclaba una y otra vez, la refrigeración del local consistía en tenerla colgada de un palo, cuando le pedías la ración te la servía en el momento y preparaba otra, para ello sacaba el hacha y se disponía a cortar encima de un tronco de madera los trocitos de carne.
Cuando querías beber algo o acompañar la carne con pan o simplemente tomar un postre o limpiarte las manos, que en este momento se usaban como pinzas para comer, te tenías que acercar al comercio de enfrente y auto-proporcionarte lo que necesitaras.
Mientras degustábamos la cena alrededor de la mesa nos encontrábamos acompañados por unos perros que se relamían ansiosos, esperando su manjar.
La música de fondo procedía de un local de copas que se encontraba en la calle paralela.
La iluminación del local la tuvimos que traer en la mochila, una linterna colgada de un clavo oxidado nos ayudó a ver durante la velada.
Cuando vuelva a casa ¿seguiré mirando los vasos y los cubiertos para ver si quedaron limpios?
Aurora.
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