Cuando la cogí para curarla en el poblado, no sabía que podía darle para superar el dolor de ese momento. Podía ser su primera y última cura. Debía hacerla sí o ....sí.
Empecé a buscar en la mochila que hacía de modesto maletín de primeros auxilios y encontré algo que, sin yo saberlo, resultó ser mucho más potente que la morfina: un caramelo...una piruleta en forma de corazón. El sedante y calmante más potente que jamás haya conocido. ¡Dios, cómo me fascina el ser humano! ¿Quién inventó los caramelos? ¿Tiene un Nobel? Joder que se lo den.
Le di la piruleta, y enseguida se la llevó a la boca. Por un momento con algo de recelo, pero sólo por un momento. En cuanto la probó, me sonrió y dejó la mano de la abuela para ofrecérmela a mí. Joder, que le den el Nobel Ya!!!!!!!!!!!!!!
Empecé a curarla, allí mismo, de pie, mientras relamía la piruleta y la miraba con sorpresa. Limpié sus heridas con suero y unas gasas estériles. Arranqué lentamente la piel muerta que cubría las heridas para evitar que se infectaran. Ningún gemido, ningún llanto, ningún reproche, nada. De tanto en tanto me miraba, y me autorizaba para seguir. No recuerdo nada igual en mi vida. Lo único que percibí fue como una lágrima se le resbalaba por su mejilla derecha. Disimulé, e hice que me secaba el sudor, pero no era sudor lo que corría por mi cara. Siguió el silencio hasta finalizar toda la cura. El corazón de la piruleta ya se había fundido, supongo que de absorber el sufrimiento de Mariama.
Finalicé la cura poniendo gasas sobre la pomada para quemados con la que la embadurné. Pedí a la abuela una camiseta que protegiera a la pequeña del polvo y la tierra.
Cuando acabé, su abuela la recogió. El padre permanecía sentado cabizbajo. Avergonzado por no haber tenido cuidado de su hija...o eso me pareció a mí.
Mientras cerraba la mochila, se acercó un señor mayor, tremendamente carismático, serio. Era el jefe del poblado. Me ofreció una gallina viva como agradecimiento por lo de Mariama.
Miré a mi alrededor y observé que tenían en total 5 gallinas más y una era para mí.
Me di cuenta de que hablaba portugués y eso me permitió hablar directamente con él. Le di las gracias y le dije que no podía aceptar la gallina y le pedí otro pago por aquello: que pudiera llevar a Mariama al hospital, curarla y que volviera con garantías de que sus heridas no se infectasen. Con mucha solemnidad (era el jefe del poblado) asintió con la cabeza y se dirigió hacia el padre y la madre. Luego fue a hablar con la abuela. Finalmente volvió hacia mí, serio. Tomó mi mano derecha con sus dos manos y no dijo nada, tan solo bajó ligeramente la cabeza y seguidamente los ojos. Eso significaba que confiaba en mí. Intentamos que nos acompañara algún familiar, pero no fue posible. La confianza en nosotros era absoluta. Ok, la asumo, con todas las consecuencias.
Tomé a Maraima de la mano y la acompañé al coche. Todo para ella era desconocido. Su frontera estaba en la entrada del poblado. Su mundo: 10 casas y 25 personas. Y ahora un señor diferente a ella y una cosa roja y dulce en forma de corazón.
Llegamos de nuevo a Gambasse. Pedí a Felix algo de ibuprofeno infantil. Se lo di a Mariama con un poco de zumo y nos pusimos en marcha. Quedaba todavía un largo viaje hasta casa Emanuel.
Estaba cansado, pero me resistía a dormirme en el trayecto. La visión de Mariama, apoyada sobre la ventanilla del coche era hipnótica. ¿Qué pensará? ¿Qué siente? Todo nuevo, todo ajeno.....
Si cualquiera de vosotros estuviera aquí en el coche, lo entendería. Más allá de los atardeceres rojos, de los olores de aventura, de las experiencias extremas, está Mariama, y otras personas como ellas que hacen de este lugar un embriagador lugar donde te atrapan las historias. Donde creces, donde expandes tu mente, donde descubres sentimientos, donde en definitiva aprendes a saber quien eres.
Me despertó el claxon del coche que avisaba al vigilante del Casa Emanuel que abriera la puerta. Miré a mi derecha por si todo había sido un sueño. Los ojos blancos de Mariama, me decían que no.
Ya en el hospital, pedí a las enfermeras que la lavaran y posteriormente con la ayuda del dr. Triviño (con mucha experiencia en quemados) pasamos a curarla.
Estaba agotada, pero resistió el segundo asalto. Se me durmió en los brazos mientras la curábamos. La llevé dormida hasta una cama del hospital en el bloque de niños. La cubrí con la mosquitera y me quedé un rato por si se despertaba, que viera una cara amiga.
Buenas noches Mariama. Todavía queda lo más duro. Pero te aseguro que todo irá bien y te prometo que en unos días volverás con tus padres.
No llevaba ni 20 minutos en la cama cuando Juan el enfermero, llamaba a mi puerta.
¿pero este hombre no duerme? Pensé.
-¡¡Doctor, doctor!!, una embarazada de gemelos tiene problemas y no puede parir.
El regalo de la noche. Gemelos, uno viene atravesado. La madre esta con hipertensión del parto y se acaba de enterar que vienen dos . Lo llamamos eclamsia y si evoluciona puede acabar con la vida de la madre y de los bebés. No hay tiempo que perder , la única opción que veo es la cesárea.
Juan me comenta que nunca se había hecho ninguna en el Hospital Casa Emanuel.
- Ok, algún día tenía que ser la primera.
Lo tranquilicé, esta vez estaba con mi equipo. Y con Nuria y Laura, nuestras voluntarias aquí. Confío en todos ellos y estaba muy tranquilo.
Así que…manos a la obra.......
Dr. Iván Mañero
Empecé a curarla, allí mismo, de pie, mientras relamía la piruleta y la miraba con sorpresa. Limpié sus heridas con suero y unas gasas estériles. Arranqué lentamente la piel muerta que cubría las heridas para evitar que se infectaran. Ningún gemido, ningún llanto, ningún reproche, nada. De tanto en tanto me miraba, y me autorizaba para seguir. No recuerdo nada igual en mi vida. Lo único que percibí fue como una lágrima se le resbalaba por su mejilla derecha. Disimulé, e hice que me secaba el sudor, pero no era sudor lo que corría por mi cara. Siguió el silencio hasta finalizar toda la cura. El corazón de la piruleta ya se había fundido, supongo que de absorber el sufrimiento de Mariama.
Finalicé la cura poniendo gasas sobre la pomada para quemados con la que la embadurné. Pedí a la abuela una camiseta que protegiera a la pequeña del polvo y la tierra.
Cuando acabé, su abuela la recogió. El padre permanecía sentado cabizbajo. Avergonzado por no haber tenido cuidado de su hija...o eso me pareció a mí.
Mientras cerraba la mochila, se acercó un señor mayor, tremendamente carismático, serio. Era el jefe del poblado. Me ofreció una gallina viva como agradecimiento por lo de Mariama.
Miré a mi alrededor y observé que tenían en total 5 gallinas más y una era para mí.
Me di cuenta de que hablaba portugués y eso me permitió hablar directamente con él. Le di las gracias y le dije que no podía aceptar la gallina y le pedí otro pago por aquello: que pudiera llevar a Mariama al hospital, curarla y que volviera con garantías de que sus heridas no se infectasen. Con mucha solemnidad (era el jefe del poblado) asintió con la cabeza y se dirigió hacia el padre y la madre. Luego fue a hablar con la abuela. Finalmente volvió hacia mí, serio. Tomó mi mano derecha con sus dos manos y no dijo nada, tan solo bajó ligeramente la cabeza y seguidamente los ojos. Eso significaba que confiaba en mí. Intentamos que nos acompañara algún familiar, pero no fue posible. La confianza en nosotros era absoluta. Ok, la asumo, con todas las consecuencias.
Tomé a Maraima de la mano y la acompañé al coche. Todo para ella era desconocido. Su frontera estaba en la entrada del poblado. Su mundo: 10 casas y 25 personas. Y ahora un señor diferente a ella y una cosa roja y dulce en forma de corazón.
Llegamos de nuevo a Gambasse. Pedí a Felix algo de ibuprofeno infantil. Se lo di a Mariama con un poco de zumo y nos pusimos en marcha. Quedaba todavía un largo viaje hasta casa Emanuel.
Estaba cansado, pero me resistía a dormirme en el trayecto. La visión de Mariama, apoyada sobre la ventanilla del coche era hipnótica. ¿Qué pensará? ¿Qué siente? Todo nuevo, todo ajeno.....
Si cualquiera de vosotros estuviera aquí en el coche, lo entendería. Más allá de los atardeceres rojos, de los olores de aventura, de las experiencias extremas, está Mariama, y otras personas como ellas que hacen de este lugar un embriagador lugar donde te atrapan las historias. Donde creces, donde expandes tu mente, donde descubres sentimientos, donde en definitiva aprendes a saber quien eres.
Me despertó el claxon del coche que avisaba al vigilante del Casa Emanuel que abriera la puerta. Miré a mi derecha por si todo había sido un sueño. Los ojos blancos de Mariama, me decían que no.
Ya en el hospital, pedí a las enfermeras que la lavaran y posteriormente con la ayuda del dr. Triviño (con mucha experiencia en quemados) pasamos a curarla.
Estaba agotada, pero resistió el segundo asalto. Se me durmió en los brazos mientras la curábamos. La llevé dormida hasta una cama del hospital en el bloque de niños. La cubrí con la mosquitera y me quedé un rato por si se despertaba, que viera una cara amiga.
Buenas noches Mariama. Todavía queda lo más duro. Pero te aseguro que todo irá bien y te prometo que en unos días volverás con tus padres.
No llevaba ni 20 minutos en la cama cuando Juan el enfermero, llamaba a mi puerta.
¿pero este hombre no duerme? Pensé.
-¡¡Doctor, doctor!!, una embarazada de gemelos tiene problemas y no puede parir.
El regalo de la noche. Gemelos, uno viene atravesado. La madre esta con hipertensión del parto y se acaba de enterar que vienen dos . Lo llamamos eclamsia y si evoluciona puede acabar con la vida de la madre y de los bebés. No hay tiempo que perder , la única opción que veo es la cesárea.
Juan me comenta que nunca se había hecho ninguna en el Hospital Casa Emanuel.
- Ok, algún día tenía que ser la primera.
Lo tranquilicé, esta vez estaba con mi equipo. Y con Nuria y Laura, nuestras voluntarias aquí. Confío en todos ellos y estaba muy tranquilo.
Así que…manos a la obra.......
Dr. Iván Mañero
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